Era una tarde de domingo espectacular y yo estaba frente a la iglesia más famosa de Sitges. Aquel día de diciembre intuí que algo me iba a hacer cambiar y por eso tenía que estar muy concentrada.

Daniel haciendo una fotografía a un guitarrista en una plaza de Sitges

Me centré en la plaza de la iglesia y en él, me centré en aquella instantánea mientras el guitarrista le ponía una banda sonora inmejorable a esta historia. Tú no lo ves bien pero yo te cuento que es pelirrojo y tiene una cara escocesa perfecta para ser modelo. Hacía un rato que tenía un ojo pegado a esa caja y yo comencé a rondarle, a observar cómo trabajaba. Estaba fascinada por su cámara. ¿Cuántos años tendría? ¿De dónde la habría sacado? Todavía sin intercambiar ni una palabra, le mostré la mía tímidamente y me sonrió. Lo captó, me dejó hacer lo propio con mi moderno y humilde aparato de fotos.

Unos diez minutos tardó el pelirrojo en procesar el retrato que le hizo al guitarrista. Una vez terminó me acerqué para intentar charlar con él, aunque estaba cansada el inglés todavía fluía por mi cabeza.

–Hola chica, ¿quieres que te haga una foto? –su acento me desconcertó. No es que me sorprendiera que me hablase en español, es que lo hizo con un acento cubano que me hizo sonreír durante toda la tarde.

[…]

Así fue cómo conocí a Daniel. Si alguna vez vas por Sitges, es probable que te lo encuentres por alguna plaza en las horas en que el sol se pone a dormir. Déjate fotografiar y pídele que te cuente cómo pudo salir de un cajón flamenco ensamblado con monedas una maravillosa fábrica de hacer amigos fotos portátil.

Fue en aquel momento cuando fui consciente de lo que acababa de suceder. Tenía que hacerle un hueco entre mis recuerdos viajeros en Sitges. Decidí que se me olvidara la historia de sus calles y el paseo que me había llevado hasta allí para hacer de Daniel el principio de lo que sería un nuevo enfoque en mi manera de contar las cosas.