Storytelling en xperimentando, o la excusa perfecta para contar historias

Mi primera vez con el storytelling (o lo que es lo mismo, el arte de contar historias) fue casualidad. Aquella tarde busqué algo interesante que hacer por Barcelona y me topé con el Kosmópolis, “la fiesta de la literatura amplificada”.

No sabía a dónde iba, ni a qué. Entré a una de las salas del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona y, para mi sorpresa, estaba prácticamente vacía. Unos veinte adolescentes se preparaban para actuar delante de un público que no llegaba. El ambiente de colegueo que allí se respiraba me retuvo, así que decidí sentarme a esperar que algo sucediese. Uno a uno, aquellos chicos fueron subiendo al escenario para contar historias bajo la temática “cuando la realidad supera la ficción”. Sus narraciones eran hilarantes, algunas ficticias, otras reales, todas asombrosas y casi imposibles.

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Cuidado con lo que deseas, porque se puede hacer realidad

Uno de los objetivos del Kosmópolis es “contribuir a la preservación de las literaturas orales como patrimonio cultural de la humanidad.” Más allá del valor de contar una historia, aquellos chicos se me estaban convirtiendo en pequeños héroes por ser capaces de subirse allí, dejarse la vergüenza a un lado y enfrentarse a un auditorio. Me gustaría verme a mí misma ahí subida ¡ay qué mal que lo pasaría!

Justo estaba en esos pensamientos cuando el coordinador del acto preguntó si había alguien entre el público que se animara a salir a contar una historia. No sé qué fuerza sobrenatural me levantó la mano, no fui yo la que caminó directa al escenario ni tampoco me reconocí cuando empecé a relatar una historia que me había sucedido hacía muy pocos días. Ya era tarde para sentir las manos sudorosas y la voz temblorosa tampoco cabía allí. A modo de introducción, empecé mi relato explicando que hacía días buscaba un taller de “cómo hablar en público” y que evidentemente no podía dejar escapar aquella oportunidad. Conté algo así:

Confieso que me gusta la aventura

“El pasado jueves fue el primero del mes y eso significaba que aquella tarde había asamblea. Como venía siendo costumbre, tras la reunión me fui con algunos de los miembros de la asociación de viajes a la que pertenezco a tomar unas cervezas. Charlamos un rato, nos echamos unas risas, y poco antes de la medianoche me despedí para volver a casa, sola. Bajé al subterráneo dispuesta a tomar la línea tres del metro pero antes me quedé unos segundos escuchando a un músico que había en el pasillo.

—Tú tocas la guitarra —aquel hombre de pelo largo y blanco me miró y me habló— y también cantas.
Me quedé sorprendida porque por su tono de voz no me estaba preguntando nada sino afirmando.
—¿Cómo lo sabes?
—Ven, ¿quieres tocarla un poco?
Siempre he tenido la idea loca de tocar y cantar alguna vez en el metro. Y aquella noche podría ser un buen día.
—Ehm…bueno…¿por qué no?… —miré a un lado y a otro, salvo una pareja que se había sentado a escuchar a aquel hombre, no había nadie más en aquel pasillo infinito.

La guitarra estaba ligeramente desafinada, pero eso no me impidió recordar unos acordes y tararear una vieja canción de Jimmi Hendrix. La primera estrofa me sirvió para acomodar la siguiente. Tenía a tres personas a tres metros que me observaban pero yo desconecté, prefería pensar que estaba en mi casa, sin nadie que me escuchara y que la vergüenza no me impidiese seguir adelante. Justo cuando llegué al estribillo, una marabunta de gente empezó a pasar a toda velocidad, ¡se me había olvidado que estaba en el metro! Entonces empezó a suceder: varias monedas cayeron en la funda de aquella guitarra. ¿Sabría aquella gente que yo era una invitada? ¿Que no estaba pidiendo nada? ¿Que tan solo era una locura tras una noche de farra? Y más monedas que caían. El señor que me animó a tocar estaba contento, yo estaba contenta, todos felices. Cuando terminé la canción ya no pasaba nadie, le devolví la guitarra a su dueño y proseguí mi camino a casa.”

A medida que avanzaba en el relato, podía ver caras de concentración, sorpresa o alegría entre el público. Hubo un aplauso final y un sincero “gracias por compartir tu historia”. Como de todo se aprende, cualquier experiencia debe servir como inspiración. ¿Storytelling? Que así sea: Historias de metro