La única razón para no permanecer toda la tarde en la calle en un día azul radiante está a veinte metros bajo tierra. Desciendo por las escaleras mecánicas mientras, como una autómata, busco en el mismo bolsillo de siempre esperando encontrar el dichoso papelito. La T-10 se me pierde en el bolso entre tarjetas de visita, gimnasio y bicing; menos la del banco, esa no, esa la guardo aparte.

–Milisegundos de reflexión sobre el valor de un par de trozos de plástico y su utilidad,
en Barcelona puede dar dinero, en mitad de un bosque (sólo) puede servir para partir el pan de un bocadillo–

La gente va y viene a una velocidad constante. No sé dónde he metido la tarjeta del metro pero si paro de caminar probablemente el chico que viene detrás, su cabeza gacha y su móvil en la mano tropiecen conmigo. Consigo encontrarla justo a tiempo para introducirla en la ranura, un bip y las puertas que se deslizan dos segundos exactos para dejarme pasar al otro lado.

–Cuatro pasos más y mi cabeza se va con la relatividad del tiempo.
Que se lo pregunten a Usain Bolt–.

¿Por qué, a pesar de las prisas, la falta de luz natural y el exceso de olores humanos me gusta tanto el metro? No será por las paredes repletas de publicidad ni por la nueva máquina de café que han instalado en mi parada habitual, justo al lado de la parada de los músicos. ¡Ah! Los músicos… El de ahora sí que tiene parte de culpa: pelo largo, guitarra eléctrica y el riff del Smoke on the water. Me paro unos segundos y le sonrío pero decido proseguir la marcha, hoy no le daré nada por su excelente trabajo. “En las calles de Barcelona hay mucho talento y pocas monedas” pienso mientras espero a que llegue mi convoy.

–Siempre que el cielo me lo permite busco el sol,
si bien me recreo en las excepciones.

Línea 3, es abril y los guiris bajan en manada para visitar un parque que aparece en todas las guías de viajes de Barcelona. Rubios, morenos, pelirrojos, de tez lechosa o de piel bruna, de ojos rasgados o celestes, con sandalias de calcetines, de voces sopranas, contraltos o barítonas, de lenguas agradables o sonidos guturales, con sonrisas o sin ellas, son colonos individualistas con intenciones de ensanchar las conquistas de sus retinas.

Ahora me entiendo.

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