labios
 Anécdotas reales para minirelatos de fábula

Fue cuando levanté la vista que la descubrí apoyada en uno de esos asientos verticales del metro y con una maleta entre sus piernas, ¿iría o vendría? Se miraba en un espejo de mano que sujetaba con la zurda, en la derecha sostenía un lápiz de labios del mismo tono que su piel, con el que se perfilaba los bordes carnosos de su boca. Curioso capricho tienen las mujeres con el maquillaje, ¿tapar sus verdades para realzar otras bellezas? Cuando hubo delineado el contorno comenzó a rellenar el interior con golpes rápidos, como el niño que colorea un dibujo inacabado. Lo reconozco, apenas se le notaba pero ese pequeño arreglo le acentuaba su encanto.

Aparté la mirada pensando que ya había finalizado pero enseguida me di cuenta del extenso ritual de chapa y pintura que estaba por presenciar. Del mismo bolsillo en el que guardó el lápiz surgió un pintalabios rosado con el que apenas si se dio un par de pasadas, marcando el color de mala manera. Tapó la barra, la guardó en su bolso mágico y volvió a sacar otra herramienta. Esta vez se trataba de un pincel de punta muy fina con el que remató el trabajo anterior. Ahora ya sí, ya tenía toda la boca pintada, con una temperatura de color que ya no le aportaba aquella luz especial pero que sin duda le resaltaba en su cara. Y una vez más la mano al bolso… ¿qué sería ahora, barniz lacado? La función del cuarto lápiz la desconozco pero le dio una enésima capa a esa boca de la que yo ya me estaba obsesionando.

Por fin terminó. Guardó el último material donde todos las demás y levantó la mirada. No tenía intención ninguna de cruzarse con la mía pero, aprovechando la cercanía física que proporciona el metro me acerqué a violar su intimidad. No pude más con tanto carmín, besé aquellos labios hasta que de allí se borró toda pista de seducción.