Esto texto lo escribí durante mi viaje en solitario por Marruecos. La anécdota la cuento tal y como sucedió al tercer día, cuando a mí ya se me había olvidado la tensión que sentí en mi primer contacto por las calles marroquís.
Hoy me ha dado por innovar y probar un camino nuevo, en vez de ir por la parte de fuera de la medina de Fez me he metido entre el barullo de un mercado tan estrecho como sus calles. Aquí se vende de todo, desde pollos vivos, a cabras, especias o frutas frescas. En uno de los últimos puestos había fresas, las miré de reojo y un chico de los que había en el puesto no perdió la oportunidad de ofrecérmelas. No sé en qué momento el intercambio de un par de frases cordiales se convirtió en una conversación.
— Me llamo Chakir, ¿tienes tiempo para conversar? —rápidamente me vi sentada del otro lado del puesto de verduras sobre una caja de frutas y con un té a la menta en la mano. Chakir es marroquí y está en Fez de vacaciones porque ha venido a visitar a su familia, aunque este es su barrio de toda la vida.— Pues sí, llevo 12 años viviendo en Japón, “ne”. ¡Uy, se me escapó! Los japoneses dicen todo el rato “ne”, y mi madre se sorprende cada vez que me sale decirlo.
— ¿Estás casado con una japonesa? —le pregunto mientras me invento que yo también estoy casada.
— Estaba, hace cuatro años que nos divorciamos pero sigo viviendo en Japón. Cuando llegué a este país empecé a trabajar de somelier pero ahora tengo mi propio bar; pequeño, pero muy bonito.
— ¿Y qué tal es Japón?
— La gente es muy rara y son muy serios, pero me gusta todo lo de allí. ¿Tú bebes alcohol? Yo anoche estuve de fiesta y hoy estoy muy cansado…
— Me gustan la cerveza y el vino. En España es común tomar un pequeño vaso de cerveza antes o durante la comida.
— ¡Y aquí! ¡Si tenemos un montón de bares!
— ¿Pero no está prohibido? —me sorprendo.
— Lo prohíbe el islam pero luego cada uno hace lo que quiere. No se puede beber alcohol en la calle pero sí dentro de los bares, es una contradicción que le conviene al gobierno por todo el dinero que le deja.
[…]Silencio, nadie habla pero se está bien[…]
— ¿Él es tu padre? — Le pregunto señalando al hombre que se ha quedado al cargo del puesto de verduras.
— ¡Shhhh! ¿Cómo puedes preguntar eso, si tiene pocos años más que yo? Yo tengo 35 y él rondará por los cuarenta. —Me sonrojo, pero es que el hombre aparenta perfectamente 20 años más de los que se supone que tiene. En la calle, justo delante de nuestro puesto hay un señor que se ríe a carjadas mientras otro lo graba con el móvil. Tiene una risa muy contagiosa y le falta media dentadura así que se divierte grabándolo y enseñándole los vídeos. Es un bucle, uno ríe, el otro graba, le enseña el vídeo, se vuelve a reír, lo vuelve a grabar. Chakir también se ríe y me fijo en su dentadura blanca y perfecta, tan diferente.
Un joven llega con un tajín en las manos, es la cena de Chakir, que dice que no tiene hambre aunque lo destapa y el olor que me llega es delicioso. Su falso padre se le queda mirando y aunque habla en árabe entiendo lo que dice por su lenguaje corporal, le está pidiendo que me ofrezca comida.
— No, te lo agradezco. Gracias por el té y por no echarle tanta azúcar. Desde que llegué a Fez no he parado de beberlo y creo que lo azucaráis demasiado.
— ¡Así tienen todos los dientes! —me dice señalando al de las carcajadas, que ahí sigue–. Llevas razón, tanta azúcar no es buena. Yo antes también tenía mala dentadura pero quise poner remedio a tiempo–.
[…]Otro silencio, no parecen importarle los silencios[…]
— Es muy interesante ver a la gente pasar desde este otro lado. —vuelvo a ser yo la que rompe el momento.
— ¡Sí! A mí me encanta, ¿ves esa puerta? —me señala un arco que se abre entre los muros— Es la única que da acceso a este barrio así que cuando éramos jóvenes teníamos controladas a todas las chicas con las que queríamos ligotear, sabíamos si estaban dentro o no… También mi madre me tenía controlado y sabía si andaba cerca. ¡Mira! ¿Ves esa chica que viene por ahí?
— Sí, es muy guapa.
— Pues un amigo mío quiere casarse con ella, y lo está intentando de verdad. Ahora no es como antes, que te podías casar con quien quisieras. Ahora necesitas el consentimiento de la mujer.
— Chakir, cuéntame un poco más sobre cómo funciona el matrimonio aquí… ¿con cuántas mujeres puede casarse un musulmán?
— A ver, no hay un límite escrito. No hay una ley que diga con cuántas pero tampoco pueden ser muchas porque a todas hay que mantenerlas por igual.
— ¿Y viven todos juntos en la misma casa? ¿O cada mujer tiene la suya propia?
— Pues depende del hombre. Pueden suceder las dos cosas, en el primer caso necesitará una casa muy grande para tenerlas a todas juntas. Insisto: tiene que tratarlas a todas por igual.
— Pero tendrá a su favorita, ¿no?
— Beatriz, incluso tu propio marido no puede saber al 100% lo que sientes tú por él. Lo que tu corazón siente, sólo lo puedes saber tú y dios. Como hombre, supongo que si tienes varias mujeres claro que habrá una favorita. ¿Sabes por qué el islam permite el matrimonio plural? Porque dios no permite la infidelidad y el hombre, por naturaleza, necesita de varias mujeres. Aunque yo también creo que las mujeres necesitan de varios hombres. Pero eso ya está cambiando mucho, ahora los marroquís no se casan con varias, pero sin embargo sí que son infieles.
[…]
Sigo mirando callada a los que suben la calle, a los que bajan, desde este otro lado sus vidas parecen diferentes. Chakir se va levantando para atender a la gente, habla con unos y con otros, se vuelve a sentar y sigue con la cháchara.
— Me gusta mirar a la gente y, según sus caras, adivinar cómo se sienten. O qué piensan. Me pongo un poco filosófico, ¡cualquier día me vuelvo loco de pensar así!
— Bueno, yo también hago lo mismo pero en mi propio ambiente. Cada día, cuando cojo el metro de Barcelona me da por averiguar…
– ¿Barcelona? Adoro Barcelona. Estuve un tiempo por allí cerca, viviendo en Mataró…
Así es Chakir, el hombre que me dijo hola tras un puesto de frutas y al que le devolví el saludo.