Minnie llega a Tarragona
–Huele a verano–. Esta frase se la oí decir ayer a uno de mis mejores amigos en este mundo. ¿Acaso el verano se come?
Hoy ya ha dejado de ser mi mejor compañero a ser el humano más estúpido que conozco. Ha escondido una píldora entre un pelotón de paté a la pimienta y pretende que me la coma. ¿Pero es que se cree que no la huelo? ¿Que la pimienta neutraliza el olor? ¿Para qué me ofrece semejante mierda? Me da un asco jacobsoniano terrible nada más pensarlo. ¿Dónde tiene el olfato este hombre? Una vez escuché decir a mi colega Firmin (qué respeto le tengo yo a esta rata, quién me ha visto y quién me ve…) que los humanos son los animales con el sentido del olfato menos desarrollado de entre todos los que conocía. ¡Malditos! Y luego se van quejando de no saber escoger bien a su pareja, de las malas relaciones que tienen los unos con los otros… Normal, van por la vida sin oler nada, ¡pero qué criterio es ese!
El paté estaba buenísimo, pero la píldora ahí la dejo, que se la coma él si quiere. Que yo me voy de viaje a explorar nuevos tejados.
[…]
Tardé una semana en reconciliarme con el ser humano como especie. No me malinterpretes, yo sólo soy una gata siamesa con aspiraciones de egipcia, quiero salir al mundo pero, aunque me pese, no puedo gatear sola por la vida. Al escapar de casa se me ocurrió esconderme entre cerdos. Atravesé montañas en un camión plagado de estos animales, aunque si bien me acogieron con simpatía, desperté cierto recelo entre algunas hembras.
—Se cree muy importante la chiquita bigotuda por pertenecer al gremio de los animales de compañía. Tendrá mucha libertad para entrar en el corazón de vidas humanas, ¡pero es que nosotros entramos directamente por la boca!
—Tienes toda la razón —contestó otro cerdo—, yo me siento muy digno de ser sacrificado por el bien de los humanos… aunque mi mayor desgracia es que mi jamón ya no llegará al estatus de pata negra.
Me hubiera gustado seguir aportando a la discusión pero estaba tan cansada que me acurruqué en un rincón y me dormí con la melodía de aquel cochino idioma.
[…]
Me desperté con un puntapié de unas botas de plástico negras y recordé la última conversación. Qué pena, hay lugares donde una pata de jamón es mil veces mejor bienvenida que un lindo gatito. Salí dolorida de aquel camión a la calle pero no me dio tiempo ni a husmear aquel lugar cuando una mano me elevó por los aires:
—¡Qué guapo! ¿Estabas escondido en el camión?
Aquellas manos me infundían tranquilidad así que dejé que me acariciara el lomo, por detrás de las orejas, el rabo… Cuando por fin pude ver la cara de quien me hablaba casi salto de la emoción. Era una hembra humana de expresión amable. Me apretujó contra su pecho y volví a quedarme medio dormida. Me contó que venía de no sé dónde y que iba a casa de no se quién. Lo que sí recuerdo es su nombre, Guiomar, y que cultivaba cultura.
NARRACIÓN TRANSMEDIA
Esto que acabas de leer es un relato de ficción que se complementa con una galería fotográfica y un retrato. Es el capítulo uno de la serie «La curiosidad no mató al gato», cuyos relatos tienen una continuidad por sí mismos aunque también convergen en paisajes y personas que se mezclan en su trama. Si quieres saber de qué va esto lee el Manifiesto.